Dicen que el primer trabajo no se olvida, igual que el primer amor, el primer coche… o la primera vez que metiste la pata en una reunión importante.
Tuve la suerte de que mi primera experiencia profesional fuera más que una prácticas y rodeado de un equipo genial.
Todo empezó en Group SEB, en el departamento de Marketing, dentro de Trade Marketing, con prácticas de esas que pagaban poco pero enseñaban mucho. Allí tuve el privilegio de que Aida Jurado y Jordi Marbá me dieran una gran oportunidad que intenté aprovechar al máximo.
Entre análisis de ventas, folletos, exposiciones de producto en el punto de venta, batallas por conquistar el lineal perfecto y tickets de tren acumulados en la cartera, conocí a compañeros de los que aprendí cientos de cosas. Uno de ellos, como curiosidad del destino, fue Jorge Serra, con quien, años después, volvería a cruzarme en mi camino profesional.
Pero si algo se me quedó grabado fue una frase de Jordi. Una de esas que parecen una broma, pero que, con los años, maduran como buen vino:
“Yo trabajo para dejar de trabajar.” (Tengo dudas si él se acuerda tanto como yo)
La primera vez me reí. Ahora, tras unos cuantos años en el sector, empiezo a entender que es una filosofía vital.
Nuestro cerebro sigue creyendo que hay leones
Aunque pasemos el día entre pantallas, nuestro cerebro funciona con un software de hace 200.000 años. Ese impulso natural de ahorrar energía no es vagancia: es supervivencia.
Antes servía para guardar fuerzas por si había que huir de un león. Ahora… para no quedarte sin batería antes de la última reunión o de una idea brillante.
Los neurocientíficos llaman a esto el principio de mínimo esfuerzo: el cerebro busca siempre la opción más fácil y eficiente.
Paradójicamente, este impulso es lo que nos ha hecho progresar. Todo lo que inventamos, desde la rueda hasta ChatGPT, surge de querer hacer más con menos.
Más resultados, menos esfuerzo.
Más impacto, menos desgaste.
La IA no te quita el trabajo, te quita trabajo
Vivimos en la era de la Inteligencia Artificial, las herramientas automáticas y los asistentes digitales. Muchos temen que las máquinas nos quiten el empleo.
Pero… ¿y si el verdadero objetivo es otro?
¿Y si la IA está aquí para liberarnos de lo tedioso, repetitivo y agotador?
Delegar no es pereza. Delegar es estrategia. Es entender que no tienes que hacerlo todo, sino centrarte en lo que realmente aporta valor y te hace único.
Porque “trabajar para dejar de trabajar” no significa tumbarte a la bartola mientras todo arde. Significa diseñar un sistema donde tu tiempo, energía y talento se dediquen a lo que solo tú puedes hacer.
Trabajar menos no es rendirse. Es enfocarte en lo que importa
Cuanto más crezco, más entiendo que esa frase de Jordi era un plan maestro disfrazado de broma.
Trabajar para dejar de trabajar es:
Crear procesos que funcionan sin ti.
Construir equipos que brillan solos.
Usar herramientas que te liberan tiempo.
Y así, en vez de apagar fuegos, puedes encender la chispa de tu creatividad, motivación y ganas de hacer lo que amas.
La imagen que deberíamos perseguir
Quizás la imagen que deberíamos tener en mente no sea una oficina llena de robots sustituyéndonos, sino un robot trabajando mientras tú tomas una cañita con amigos, haces deporte o lees en una playa.
Mientras él trabaja y gana dinero, tú disfrutas.
Esa es, tal vez, la utopía que deberíamos perseguir.
Pero seamos sinceros… la realidad es que, cuando sueltas una tarea, entran dos más por la puerta. La clave está en ser lo suficientemente eficientes para que esas dos nuevas tareas te aporten más satisfacción y resultados que la que soltaste.
Ahí está el verdadero reto: no trabajar menos, sino trabajar con más sentido.