Desde tiempos inmemoriales, los humanos hemos buscado respuestas. En nuestra búsqueda de conocimiento y comprensión, hemos recurrido a diversas fuentes de sabiduría. En la antigüedad, encontramos seguridad y tranquilidad en la religión, que nos proporcionaba respuestas sobre el pasado, el presente y el futuro. Todo el conocimiento estaba concentrado en un ser divino y transmitido por un mortal claramente identificado y ubicado en un entorno cerrado.

Sin embargo, los tiempos están cambiando. Las religiones basadas en un Dios están disminuyendo y estamos abrazando a los datos como nuestra nueva fuente de conocimiento. Los datos, en su forma más pura, son hechos. Y estos hechos se nos presentan como la verdad absoluta y objetiva. No hay nada objetivo fuera del dato.

La etimología de la palabra “dato” es reveladora. En latín, “dato” significa “dado”. Un dato es aquello que se nos da, que se nos presenta como un hecho indiscutible. En este sentido, los datos son la nueva divinidad, la nueva fuente de toda verdad absoluta.

Vivimos en una era de burbujas informativas y algoritmos. Estos algoritmos recopilan datos sobre nosotros y nos proporcionan una corriente constante de información basada en nuestra manera de consumir y preferencias. Esta información se nos presenta como la verdad absoluta, como el conocimiento definitivo. Pero, ¿es realmente así?

Al igual que la religión en el pasado, los datos y los algoritmos nos proporcionan una sensación de seguridad. Nos hacen creer que tenemos todas las respuestas a nuestro alcance. Pero, al igual que la religión, los datos y los algoritmos también tienen sus limitaciones y sesgos.

Los datos son solo tan buenos como la información que se recopila. Y los algoritmos son solo tan buenos como los datos que se les alimenta. Si los datos son perfilados o incompletos, los algoritmos también lo serán. Y si los algoritmos son tendenciosos o defectuosos, las respuestas que proporcionan también lo serán.

Por lo tanto, aunque los datos y los algoritmos pueden proporcionarnos una gran cantidad de información, no siempre pueden proporcionarnos la verdad. Al igual que la religión, pueden proporcionarnos respuestas, pero no necesariamente las respuestas correctas.

La neurociencia de la verdad

La neurociencia nos ha enseñado que nuestro cerebro está diseñado para buscar patrones y hacer conexiones que hagan de nuestro entorno imperfecto algo razonable y con sentido. Esta es una de las razones por las que los datos y los algoritmos son tan atractivos para nosotros. Nos proporcionan patrones y conexiones que nuestro cerebro puede procesar y entender.

Pero la neurociencia también nos ha enseñado que nuestro cerebro puede ser engañado. Puede ser engañado por datos sesgados o incompletos. Puede ser engañado por algoritmos defectuosos. Y puede ser engañado por nuestra propia necesidad de seguridad y certeza.

En Caviar Online tenemos una sección donde ponemos de manifiesto varias situaciones donde nuestro cerebro nos engaña sin piedad: Caviar Online.

La verdad en la era de los datos

En la era de los datos, la verdad se ha vuelto más esquiva que nunca. Los datos y los algoritmos nos proporcionan una gran cantidad de información, pero no siempre nos proporcionan la verdad.
Es importante recordar que todo dato que se nos presenta ha sido seleccionado por alguien o algo. Alguien o algo ha decidido qué datos se nos muestran y cuáles no. Antes, era el sacerdote, rabino, imán, monje o chamán quien ofrecía la sabiduría en lugares sagrados. Ahora, son los algoritmos y las plataformas de redes sociales los que deciden qué datos se nos muestran.

Los datos y los algoritmos son herramientas poderosas. Pero, al igual que cualquier herramienta, deben usarse con cuidado y comprensión. Debemos recordar que, aunque los datos y los algoritmos pueden proporcionarnos muchas respuestas, no siempre pueden proporcionarnos todas las respuestas. Y, sobre todo, debemos recordar que ante la verdad absoluta, ya sea divina o basada en datos, siempre debemos ser críticos y pensar.